14 mar LA HISTORIA MÁS IMPORTANTE DE MI VIDA. CAPÍTULOS DOS Y TRES
La pérdida de un ser querido, la muerte, la ruptura de la realidad, la creación a base de mucho esfuerzo de una nueva realidad, todo eso hemos vivido las personas que hemos atravesado un duelo. El duelo es ese proceso de adaptación a la pérdida. Yo quiero compartir con vosotros mi proceso, y cómo viví esos cambios que se produjeron en mí y en mi familia. Quizá estés atravesando ahora ese difícil camino. Y puede que te ayude. Esa es la finalidad de esta historia. Ayudarte para hacértelo más fácil.
LA HISTORIA MÁS IMPORTANTE DE MI VIDA: CAPÍTULOS DOS Y TRES
CAPÍTULO 2: UN TIBURÓN
”Papá se muere”, esas tres palabras, activaron en mi interior sorprendentes procesos fisiológicos y psicológicos, que en cuestión de diez minutos, rodearon todo mi cuerpo con una gruesa capa de piel de tiburón. Nadie se dio cuenta, sólo yo y la mariposa lo vimos claramente. De lejos, la piel de tiburón parece lisa. Pero si nos acercásemos a él, nos daríamos cuenta de que realmente está formada por millones de escamas, diminutos dientes afilados, que el tiburón usa para defenderse de los ataques de sus enemigos. Si alguien se hubiese acercado lo suficiente a mí, los habría visto. Pero nadie se acercó. Quién se hubiese atrevido a acercar a un tiburón? La mariposa posada en el tubérculo, al ver la transformación, huyó despavorida por la ventana de la cocina. Sólo entonces, pude seguir pelando la patata. Mi padre había empezado a morirse, y yo tenía que seguir pelando patatas. Porque aunque lo relamente importante de mi vida, se parase justo en ese momento, lo secundario no se paró. Y pelar patatas, desde ese mismo instante, se convirtió en algo secundario.
Parece imposible que a mi cuerpo le bastasen sólo unos diez minutos para recubrirse de colágeno, que es la proteína de la que está hecha la piel de tiburón, sobre todo si tenemos en cuenta que la síntesis del colágeno es un proceso intracelular. Pero, no podemos subestimar el poder de la mente de una persona herida. Y mi mente, cuando se siente herida, es muy poderosa. Recuerdo una vez de niño, tendría nueve o diez años, Sergio Postigo me bajó los pantalones en el colegio, delante de toda la clase, mientras esperábamos a entrar. Me sentí tan enfadado, que mi mente, como si de un soldador se tratase, fundió el hierro de la cremallera y la hebilla del cinturón de su pantalón. Durante tres semanas no pudo quitárselo, y cuando por fin lo hizo, tenía tantas ganas de mear, que entró en el baño, meó, meó y meó tanto, que se ahogo en su propia orina. No creo que nadie en el colegio lo echásemos de menos. Sergio Postigo no fue una gran pérdida para esta humanidad.
Enfundado en mi nueva piel de tiburón, me sentía invencible, incapaz de ser derrotado por ninguna criatura humana o animal. Listo para atravesar a contracorriente el Mar del Sur de China y las Indias Orientales, recientemente etiquetado como el mar más peligroso del mundo. Pero sobre todo, me sentía preparado para cargar a mis espaldas con la responsabilidad que se me vino encima. Bueno, ciertamente esta responsabilidad no se me vino encima, yo me la colgué. No sé muy bien si para no tener tiempo de pensar, o para demostrarle al mundo de lo que era capaz. Esa responsabilidad era la de que nadie en mi familia, sufriese más de lo necesario. Sobre todo Ana Belén, mi hermana pequeña. Que siempre había sido una cabra loca.
CAPÍTULO 3: UNA CABRA
”Una cabra loca” en inglés es algo parecido a un sombrerero. ”Hatter”. Porque los ingleses no se vuelven locos como las cabras, sino como los sombrereros. Y si queréis que os diga la verdad, mi hermana Ana Belén tenía más de sombrerera que de cabra loca. A ella le gustaba la costura, diseñar ropa, vestir a la gente. Cortar. Coser. Crear. Ponerse sombreros.
A la primera persona a la que mi hermana Ana Belén vistió fue a mi Padre. Pero ella era tan pequeña, que no creo que lo recuerde. El 14 de noviembre de 1980, mi Padre llevaba años vestido de Padre Ausente. La única presencia que parecía interesarle, era la que leía en las páginas de El País. Aquella tarde la rabia lo consumía al leer como la selección española de fútbol llevaba diez partidos consecutivos sin ganar. ”Kubala, ya van siete”, pensó mi padre, que tan sólo hacía unos meses habría apostado todos sus ahorros a que el entrenador húngaro sería quien más éxitos proporcionase al combinado rojo. 13 temporadas después, los resultados serían decepcionantes. Pero para entonces, mi Padre tendría otras cosas en las que pensar. Una de ellas, acababa de llegar al mundo. Una criatura morena y pequeña. Llena de vida y loca como una cabra con sombrero.
El 14 de noviembre de 1980 mi Padre, vestido de Padre Ausente, entraba en la habitación del hospital donde mi Madre había dado a luz. No consigo recordar como era su ropa, porque básicamente hacía años que no lo veía. Estaba sin estar. Como sólo saben estar los Padres Ausentes. Mi Padre se acercó a la cuna, antes incluso de acariciar la mejilla de mi Madre, o besar sus labios aún secos por el esfuerzo. Y es que mi Madre hizo un esfuerzo enorme para que esa criatura que traía al mundo, fuese la niña más bonita que jamás nadie había visto. Y lo consiguió. Y ahora tenía mucha sed.
Mi Padre la tomó en brazos por primera vez. Si todos los que estaban en la habitación se hubiesen callado un segundo y hubiesen prestado atención, quizá lo habrían oido. Quizá habrían oido una voz ronca y oscura que decía, ”Nunca conocerás a sus hijos”. Pero nadie la oyó.
Mi Padre, cuidadosamente, dejó a su hija otra vez en la cuna. Acaricó la mejilla de mi Madre, besó sus labios secos matando así la sed, y entró en el baño de la habitación del hospital. Primero desabrochó cada uno de los botones de su camisa. Tiró de ella con fuerza y la dejó caer al suelo. Se deshizo de igual forma de su pantalón y de la ropa interior. Y así, desnudo, durante un minuto aproximadamente, dejó que mi hermana, su hija, le tomase las medidas, para coserle desde la cuna el traje que nunca más volvería a quitarse, y que tan bien le sentaba. El traje de Papá.
Esa fue la primera vez que mi hermana Ana Belén vistió a alguien. Y ahora, después de tanto trabajo, de tanto hilvanar y deshilvanar, descansaba sobre el pecho de mi madre, que protegía a su pequeña, como una mamá pata dedicida a atravesar un río.






Anitta Villanueva
Posted at 08:40h, 14 marzoRocío
Posted at 10:17h, 14 marzoSebas maravilloso. Un día más esperando que las lágrimas se paren para decirte algo, pero no sé qué
Grande!!!» Besos
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 15:23h, 14 marzoMi prima….tantas veces quise ser como tú!
María
Posted at 15:52h, 15 marzoEres grande y aún no te lo crees. Bss
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 15:55h, 15 marzoGracias, enooorme!!!! Mi compañera de vida!!!
Maxi Sordo
Posted at 09:52h, 16 marzoMaria lo ha dicho TODO
Så är det!!
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 15:53h, 16 marzoPontoce, no añado nada más!!! Gracias!!
Montse
Posted at 09:59h, 16 marzoComo siempre que leo tus palabras, no puedo menos que recordar cuanto me ayudan en cada momento. Gracias
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 15:54h, 16 marzoAy madre, muchas gracias, amor!!!
Javier
Posted at 12:54h, 16 marzoGracias por estos regalos que nos haces,,, grande.. muy grande…
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 15:53h, 16 marzoGracias a ti por abrirlos siempre con la mismas ganas. Te echo de menos!!!
José
Posted at 16:44h, 16 marzoPrecioso!
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 16:53h, 16 marzoGracias, Bro!!!
Chema Torrales
Posted at 13:59h, 17 marzoMuy bonito. Pero mu crué con el pobre Sergio Postigo.
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 15:12h, 17 marzoAmbos fuimos muy crueles uno con el otro. Y además, es una metáfora, acabé con él, pero de otra forma!!!! Un abrazo!!
Macarena
Posted at 14:46h, 17 marzoNo sabes cómo ayudas…..
Sebastián Villanueva Macías
Posted at 15:12h, 17 marzoGracias, MAca. No sabes cuánto te echo de menos!!
Eva Gómez
Posted at 21:13h, 23 marzoimpresionante y emocionante!! Sabia q sería así! Llevaba tiempo queriendo leerte pero quería encontrar un momento en el que disfrutar y aprender de cada una de tus palabras!